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Nuestra oclocracia de cada día

Hace unos días el abogado Humberto Abanto fue agredido físicamente en la vía pública luego de una diligencia judicial. A la salida del Ministerio Público, el letrado fue abordado por una nube de reporteros y camarógrafos deseosos de conseguir sus declaraciones, al unísono también fue interceptado por una turba de vándalos; todos zarandearon al profesional por varias cuadras en pleno centro de Lima. En esta confusión, un desadaptado no tuvo mejor idea que arrojarle cobardemente y por la espalda un trozo de tierra a Abanto, quien finalmente tuvo que refugiarse en un conocido restaurante para así calmar las iras populacheras.

Estas vergonzosas e indignantes imágenes nos traen a la memoria otras agresiones físicas a diversos personajes de la política. Recordemos las bolsas de basura en la puerta de la casa de Martha Chávez, la inmisericorde pateadura a un anciano Luis Alva Castro en la puerta de la embajada de Uruguay, el “conazo” de tránsito lanzado al también anciano congresista Carlos Tubino, el imprevisto puñetazo al parlamentario Ricardo Burga por un cobarde joven (acto hasta justificado increíblemente por cierto sector de la caviarada) y los violentos escraches a los domicilios de Manuel Merino, Ántero Flórez-Araoz y el periodista Beto Ortiz…y varios otros incidentes donde hubo incuestionables amenazas a la integridad física de las personas, no rositas dejadas en la puerta de ONG o algunos pocos exaltados vociferando en espacios públicos.

Sobre el particular, debemos anotar que no contribuyen en nada ciertos medios que viven incentivando el clima de exasperación y violencia existente. Basta con ver las imágenes de reporteros acosando verbalmente a personas en la calle para lograr cualquier declaración –siempre atropelladamente y al paso– para constatar el alto grado de crispación que sufrimos, como si fuese una obligación ineludible y perentoria declarar a los medios en la vía pública.
Y lo peor, esto es aplaudido irresponsablemente por algunos conductores de televisión, quienes pretenden hacernos creer que eso es periodismo acucioso y valiente, cuando lo que vemos es la degradación absoluta de este noble oficio. Inclusive uno de estos conductores no solo justificó la agresión sufrida por Abanto, sino la celebró, indicando de manera infame que el abogado “ha recibido de su propia medicina” (sic).

Demás está decir que uno de los síntomas de la profunda descomposición que sufre la sociedad peruana es esta suerte de justicia popular: mediática y callejera. Muy pocos son los sentenciados en procesos judiciales, respetando el debido proceso y en plazos razonables, sino una prensa venal, mediocre y populachera junto al populacho mismo son los que imparten “justicia”. Son demasiados medios los que investigan, procesan, sentencian y condenan en cuestión de minutos a cualquier imputado ante la complacencia de una muchedumbre ávida de justicia instantánea. Vivimos pues, en una oclocracia (gobierno de la muchedumbre) y penosamente pareciera hasta ahora… perfecta.