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Alan García en el recuerdo

Han pasado más de cinco años del suicidio de Alan García y hasta la fecha no se han encontrado esos millones que le atribuían, esos que afirmaban sus odiadores profesionales había obtenido ilícitamente. No hay cuentas cifradas, no hay tampoco de las otras; sus herederos viven igual que como el expresidente vivía, mesocráticamente, sin signos exteriores de riqueza. Los dichos de sus delatores, gente cercana a García y que apremiados por un perverso sistema de justicia se convirtieron en colaborades eficaces muy convenientemente después de la desaparición del líder aprista, jamás pudieron ser corroborados por la fiscalía.
Su violenta y estremecedora muerte, hoy se sabe fue producto de un infame y cobarde cerco mediático/judicial de sus enemigos declarados –políticos, activistas y periodistas–, esos que jamás le perdonaron nada y que conjuntamente con una justicia politizada en extremo lo llevaron a la fatal decisión aquella aciaga mañana del 19 de abril de 2019.

García venía cumpliendo con las autoridades judiciales a cuanta diligencia era convocado, hasta regresó de España –contrariando la opinión de sus amigos– para afrontar personalmente sus interminables y extenuantes procesos penales. Cuando apreció, con justa razón, que la persecución era absolutamente política, acudió a la embajada de Uruguay para solicitar el correspondiente asilo político a su amigo, el entonces presidente Tabaré Vásquez. Una miserable campaña de sus acérrimos opositores torció la voluntad de un timorato y pusilánime Vásquez, obligando a Alan a abandonar la embajada uruguaya, punto de quiebre para el fatídico desenlace ocurrido meses después.
Alan García Pérez fue dos veces presidente constitucional de la república. Brillante orador, hombre de una prodigiosa inteligencia, genuina simpatía e incuestionable carisma hizo un desastroso primer gobierno de 1985 a 1990. Con 35 años de edad asumió el mando de una nación sumida en el terrorismo y con una galopante crisis económica. Su gestión hundió al país en una de las peores crisis, sino la peor, del siglo XX. Con ese ingenioso sentido del humor que lo caracterizaba, algunos años después afirmaría que jamás hubiese votado por… ese impetuoso joven Alan.

Pero como a veces la historia permite reivindicaciones, su apoteósico regreso –luego de dieciséis años– en 2006 nos mostró a un García sereno, maduro y reflexivo, uno que terminó haciendo uno de los mejores gobiernos de la historia republicana. El segundo mandato 2006-2011 fue una reivindicación a un hombre que buscaba un lugar trascendental en la historia ¡y vaya si no lo logró!
A estas alturas, con el encanallamiento y mediocridad que observábamos en la política, no podemos menos que extrañar a un personaje como Alan García quien además –siguiendo la huella de su maestro Víctor Raúl Haya de la Torre– jamás se dejó llevar por las bajas pasiones ni menos por odios y rencores propios de mentes pequeñas, mediocres y retorcidas.