Solo gente que desconoce y mucho la tradición británica puede pensar siquiera que la sucesión al trono del Reino Unido pueda estar en entredicho. Finalmente Isabel II (hija de Jorge VI), quien no era inmortal aunque algunos pensáramos que lo era, hizo -para muchos- uno de los reinados más exitosos y fructíferos de la historia de esta potencia occidental…sin duda el más largo que se registre. Sería ocioso repasar la cantidad de autoridades de toda índole que conoció y trató, fuera de su proverbial apego a las costumbres de su país, la siempre prudente actuación en el marco de la sólida democracia parlamentaria británica y de un muy acertado manejo de la mancomunidad de naciones que aún mantiene este reino en tiempos por demás turbulentos y de permanentes cambios.
El sucesor es Carlos III, quien será proclamado en breve y coronado luego según el protocolo y ceremonial vigentes; el veterano primogénito de Isabel, un hombre que se ha preparado toda su vida para asumir el encargo y que lo hace a la avanzada edad de 73 años, es un hombre bueno y noble que ha tenido una vida azarosa no exenta de polémicas, sobre todo por la misma dinámica de un mundo en donde las monarquías no son del todo populares (en Inglaterra lo es, por la reina misma) y es el llamado a continuar con el legado de sus predecesores. Los hubo muy buenos y también malos, pero si algo se debe rescatar de esta historia es la permanencia de una tradición milenaria.
De otro lado, el hijo mayor de Carlos, el popular y carismático príncipe Guillermo -de 40 años de edad- duque de Cornualles y de Cambridge deberá esperar su turno y prepararse para asumir el título de Príncipe de Gales, antesala de un reinado que le tocará cumplir cuando su padre deje de ser rey…el resto se lo dejaremos a las telenovelas y a la prensa farandulera. Son países donde el pasado y la tradición se respetan, para que luego de fusionarse con la realidad del presente se tienda a preservar el futuro. Por ahora, a reina muerta, rey puesto. No se diga más. God save the King.