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La debacle de una universidad

Si uno quiere hacer dinero la última de las actividades a la que se debe acudir es a la academia, a la investigación para ser más precisos (digo esto con cierto conocimiento de causa al provenir de una familia de intelectuales y académicos, cosa que yo no soy). Y cuando me refiero a investigar y brindar un aporte académico a la sociedad, me refiero a uno de verdad, no a lo que claramente constituye una estafa masiva y evidente, tipo las universidades propiedad del señor Cesar Acuña que brindan un paupérrimo servicio educativo.  Salvo -claro está- que un centro de estudios siendo uno de carácter societario donde los promotores perciban utilidades con todo el derecho del mundo, brinden una educación superior de buena calidad con altos estándares académicos. Dinero bien ganado. Ejemplos hay varios. Eso con respecto a los dueños.

Con respecto a los profesionales contratados para los cargos de alta dirección, depende de cada una de estas universidades la determinación de los salarios percibidos, estos deberían estar ajustados a la dimensión de cada centro de estudios. Hemos visto en el pasado groseras distorsiones en este aspecto, pero finalmente es dinero que si bien proviene del gran público (padres de familia que voluntariamente pagan los estudios de sus hijos o personas que sacrificadamente destinan parte de sus ingresos para superarse profesionalmente), no es dinero que corresponde al erario nacional. Sustancial diferencia.

Será, por tanto, cuestión de cada quién evaluar dónde gastar su dinero en una actividad que  -pese a quien le pese- no es una de carácter esencial: la de seguir estudios superiores. Aquí debemos hacer una importante distinción, entre las universidades públicas y privadas. La primeras sobreviven gracias a los impuestos que todos pagamos, las segundas viven del dinero que cada quien destina para estudiar en ellas. Algo que se explica por sí solo. La tan mentada “reforma” de la educación superior con su portaestandarte, la SUNEDU no significó ninguna mejora en este tema a nuestro parecer. Hoy, dicho ente -si bien mejor conformado en su consejo directivo-  no creemos tampoco sea ninguna panacea para la excelencia en el tema universitario.  

Dicho todo ello, el caso de Acuña es irremediable. Ha tirado por la borda lo poquísimo que le quedaba de prestigio en su negocio universitario. Hoy su principal universidad, la Cesar Vallejo (UCV), es el hazmerreír de todo el mundo y es -lamentablente- el sinónimo y el ejemplo más palmario del fraude que significa el lucrar con la educación dando un pésimo servicio. Sus cartones -para ser más crudo- no valen de mucho -siendo generoso- como acreditación de una formación profesional. Una lástima por su comunidad de alumnos y egresados.  

Ahora bien, hay un tema particular que sí llama la atención y es el su presidenta ejecutiva. Una persona como Beatriz Merino, con la que uno puede o no estar de acuerdo con sus posturas políticas, pero en lo que a este caso se refiere resulta difícil de entender cómo una mujer que esforzadamente (pues no proviene de una familia adinerada) hizo una maestría en Harvard, fue defensora del pueblo, senadora, primera ministra (cuando dicha universidad no era un reducto de la progresía y los puestos aludidos tenían un prestigio que hoy no tienen) y habiendo ocupado además varios otros cargos importantes en su dilatada carrera profesional, se haya prestado a la payasada de la UCV convalidando un escandaloso plagio y fraude en la dizque “tesis” del presidente Castillo y su esposa.

Acuña lo ha hecho por un incuestionable cálculo político (ya se verá si le beneficiará o no), por seguir con su muy lucrativo negocio (cachinero de la educación por decir lo menos) y porque él mismo es un plagiador compulsivo, pero lo de Merino  solo puede tener una explicación y creo que a estas alturas ya se sabe cuál es. Finalmente cada uno por las razones que fueran han terminado apañando un hecho de singular gravedad para alguien que personifica a la nación…nada menos.