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Conflicto en la frontera sur

Lo sucedido en la frontera peruana-chilena con los refugiados venezolanos es una de las situaciones más insólitas que se hayan visto en la diplomacia continental en los últimos tiempos. Gente abandonada en la zona de frontera que pretende ingresar a un país (Perú) de manera violenta por lo demás, luego que el país que pretende expulsarlos (Chile) los ha dejado a merced de su suerte.

El tema no pasa por la cantidad de gente involucrada, sino por el desparpajo y soberano desprecio por la condición humana de un sujeto como el presidente chileno Gabriel Boric.

Un comunista que como todos sus camaradas presume de un humanismo inexistente y de la abolición de las fronteras. No en vano los socialistas de todo el mundo impulsan la desaparición de las líneas imaginarias que dividen a los países. Boric, un hipócrita doble moral, no tuvo mayor empacho en intentar despercudirse de ciudadanos venezolanos que habían infringido la ley chilena colocándolos en la frontera con el Perú.

El incidente perpetrado por Chile, en un acto absolutamente inamistoso, ha motivado una tan innecesaria como inevitable tensión diplomática entre los dos países. Sin embargo, no podemos olvidarnos del verdadero culpable del problema existente, que no es otro que el despótico y tiránico régimen del sátrapa venezolano Nicolás Maduro.

Se calcula en más de siete millones los venezolanos de todas las condiciones que han abandonado su país y que deambulan por la región y el mundo huyendo del “paraíso socialista” que le vendió ese canalla y ladrón que fue Hugo Chávez y que hoy perpetúa su delfín, el que fuera chofer de ómnibus, Nicolás Maduro, y la ominosa “robolución” bolivariana que ha destruido Venezuela.

Mención aparte merece la actuación lenta, desprolija y medrosa del Gobierno y la diplomacia peruana, que con una absoluta falta de reflejos ha permitido que la situación escale a niveles violentos que nunca debieron darse.

Es en estos momentos cuando se debe apreciar el temple y la decisión de las autoridades para defender nuestro territorio del ingreso de gente indocumentada que engrosaría las filas de la lacerante informalidad que ya existe en nuestro país. En cristiano, no necesitamos ese tipo de inmigración.

Bien por los venezolanos que viven en nuestro país (cerca de millón y medio) y se ganan el pan diario de manera honrada y sacrificada. Fueron los que ingresaron -indiscriminadamente en el gobierno de Kuczynski (2016-2019)- obedeciendo a determinadas circunstancias políticas. Pero hoy, cuando también sufrimos los embates delincuenciales de malos venezolanos (una absoluta minoría) que asolan las calles de nuestras ciudades con sus actos criminales, ¿necesitamos más inmigrantes indocumentados que vienen siendo expulsados de un país vecino por la comisión de delitos o ya será hora que su país de origen (Venezuela) se haga cargo de ellos?